Los infinitos, novela de John Banville

En un lento y largo día de verano, la familia Godley se ha reunido en Arden, su finca, locus amoenus en medio de una verde campiña a pocos minutos de un antiguo lugar sagrado pero no muy lejos de las vías del tren. Adam, el hijo mayor, ha llegado el día antes con su esposa Helen. Son los únicos que no viven allí y han venido porque el viejo Adam Godley, un respetado, admirado y exaltado matemático, ha sufrido un ictus cerebral y se está muriendo.

Toda la familia ya está en la casa, esperando ¿o no? la muerte del padre. Junto al gran protagonista de este soleado día de adioses y de dioses, están Ursula, su segunda esposa, madre de Adam y de su hermana Petra, y Helen, la mujer del joven Adam, bella como la homérica Helena por la que tantas naves se hicieron a la mar. También entran y salen de la escena porque esta admirable novela es, además, una tragicomedia de entradas y salidas con aires de película de la época más dorada y dionisíaca del cine. Ivy Blount, la última descendiente de los nobles del lugar que ahora es la criada de la familia, y Duffy, un campesino que se ocupa de lo poco que queda de la ganadería de la finca. Más tarde vendrán Roddy Wagstaff, un modernillo que oscila entre el dandismo y la ambigüedad sexual y que corteja a la angustiada Petra pero está interesado en el gran Adam Godley, de quien quiere ser el biógrafo autorizado. Y Benny Grace, más viejo y más indescifrable que Roddy, quizá un colega de Adam Godley, o un compañero de antiguas correrías nada santas. Aunque puede que Benny sea también el dios Pan, que junto a otras deidades mayores y menores es uno de los personajes de esta luminosa y numinosa historia sobre los mortales, sus angustias e incertidumbres y sobre la dolorosa inmortalidad de los dioses, que copulan con los hombres e interfieren en sus vidas solo para intentar experimentar esa mortalidad que anhelan.

 

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